Se me fué un poco bastante la cabeza, necesitaba un par de días de descanso familiar, desconectar un poco, vivir un par de noches a la aventura y disfrutar de la naturaleza y el deporte. Álvaro se apuntó y marchamos al norte con las bicicletas, no hay mucho más que contar al respecto. La idea del Angliru me rondaba desde hacía años, y simplemente llegó el momento, era un finde que podía hacer una "escapada express" y con la tienda de campaña y poco más no lo pensamos mucho más.
Al final subimos el domingo por la mañana antes de regresar a casa. Yo el viernes pudo hacerme una pequeña ruta por el Guadiana, muy llana y que sirvió para rodar un poco. Por cierto el paraje precioso: cerca de Puerto Peña allá por Badajoz en donde pasé la noche de "vivaqueo" o lo que es lo mismo, durmiendo en el campo. Y el sábado nos curramos un buen trozo del Camino de Santiago desde Poo hasta la preciosa playa de Gulpiyuri, unos 25-30km por veredas que recorrían la costa y un puertecillo que primero bajamos y después subimos.
Y el domingo llegó el día. Nos cambiamos, pusimos a punto las bicicletas
y nos preparamos para el inicio del puerto, justo después de echarnos las
fotillos de rigor en el cartel que anuncia que estábamos en “el Olimpo del
ciclismo”. Y eso es lo que es: una cima mítica. No hay
mucha altitud, no es un puerto largo, pero tiene unas rampas imposibles y sobre
todo e independientemente de todo esto, respira ciclismo, esfuerzo, sudor,
dolor, superación, respira deporte. La montaña te cuenta eso paso a paso, giro
a giro, rampa a rampa. Cada centímetro tiene un toque de misticismo, de
heroicidad y eso te ayuda a dar un pedal más, a empujar la bici un metro más y
a aguantar encima de la bici a pesar del dolor y el sufrimiento.
Sobre las 10:20 arrancamos abajo en el pueblo.
Por delante 12,5km de puerto hasta la cima. La primera parte del puerto, aunque dura, era bastante
accesible según recordaba y así fue. Álvaro sufrió algo más pero era normal
teniendo en cuenta la falta de forma y sobre todo la bicicleta. Se subía bien a ritmo y
las vistas y la frondosa vegetación ayudaba bastante a pasar mejor la
ascensión. Álvaro se iba
metiendo poco a poco mejor en el esfuerzo y hay que recordar que no por ser
menos duro que el final, deja de ser duro en sí, estamos hablando de 4km al
7-9%. Tras un par de km llegamos a una rampa dura pero muy corta que luego se
convertía en unos metros de bajada que daban respiro a las piernas. Luego un
giro brusco hacia la derecha y una cuesta empinada de verdad. Sobre el tercer
km encontramos una cuesta dura sobre el 9% que luego giraba 120º a la izquierda
hasta un grupo de casas. Esa fue la parte más exigente de estos primeros
kilómetros.
Sobre los 4,5km llegamos al descansillo de
mitad de puerto: “Viapará”. Buen nombre sin duda el elegido. Paramos a echar
unas fotos del paisaje entre caballos salvajes y gran vegetación. Había
merenderos y una zona recreativa en el lugar. Aprovechamos para beber agua y
comer algo para preparar lo duro de verdad. Volvimos a montar
en las bicicletas para pasar un tramo de ligera bajada hasta quedarnos a unos
7km de final de puerto. La primera rampa fue como “llegar y pegar” dura de
ponerse de pie. Además había caballos sueltos por mitad de la carretera y tenías
que esquivarlos con cierto cuidado mientras subías piñones a ritmo
alarmante. La cuesta se agarraba unos 100m y luego giraba
a la izquierda para hacer una curva abierta hacia la derecha muy, muy suave,
casi llana, dejando una casa de madera y una pequeña acequia a la izquierda de
la calzada.
Por entonces Álvaro ya venía por detrás a su
ritmo. Giro a la izquierda de
180º y “Les Cabañes”: 22% durante 150m y te lo avisa un cartelito no creáis…
duro, duro, duro como nunca. De todas formas andaba bien y con la bici de
montaña y los desarrollos que se mueven, se sube, no es fácil, no señor, pero
se sube. Después curva a la derecha. Me abrí todo lo que pude
para coger aire y me dispuse a subir la siguiente rampa: “Llagos” que también
se llamaba 14,5%. La rampa empezaba suave así que bajé un par de piñones, me
levanté en la bici y avancé unos cuantos metros antes de que la propia rampa me
pusiera en mi lugar. Iba bien después de todo. A la izquierda “La curva de los
picones” con hasta un 20% de máximo desnivel, durísimo el tramo que se hacía
muy largo. Desde aquí la vegetación se abría un poco y pude ver la silueta de
Álvaro por allí abajo.
Al final del duro tramo curva a la derecha,
por supuesto tomándola abierta para tomar aire y recuperar un poco las pulsaciones,
viendo pastar a las vacas y a los caballos sueltos por el monte. La Curva de
los Cobayos y más rampas al 20% y justo a 50m de hacer la siguiente curva, a la derecha
de la carretera, lengua afuera y pidiendo piñones a gritos, pedaleando con todo
metido y metiendo aire al cuerpo a bocanadas, un cartel informativo de madera y en tamaño
poster la portada de un diario local con la cara rota de Roberto Heras y un
titular que rezaba: “Heras consigue su Angliru”. Vellos de punta. La emoción
que se siente entonces es sencillamente indescriptible. Me encanta el deporte, he estado con 93.000
personas en Twickenham viendo un partido de rugby, he visto Fórmula 1, Grandes
Premios de Motociclismo, he visto partidos de fútbol, y hasta he
corrido un maratón con 35.000 personas más… pero nunca he sentido lo que sentí
en 2008 viendo a Contador ganar en Angliru. No por ver volar a Contador o
Valverde por esas rampas, sino por el ambiente, el buen rollo, los gritos, los
ánimos, por ver subir a cientos de aficionados por aquellas rampas horas antes
de ver a sus ídolos por esa misma carretera, y por ver a los ciclistas menos
conocidos sufrir, retorcerse, ver sus caras de sufrimiento e incluso pedir
ayuda para que los aficionados les subiéramos a base de empujones por aquellas
rampas imposibles. Fue ese día cuando decidí que tendría que volver allí, pero
con la bici. Y por eso me emocioné, recordando aquel día de campo y ciclismo
con mis compadres Luis y Gorka. Fue puro DEPORTE.
Horquilla a la derecha y la “Cueña
Les Cabres”. Un muro frente a mí
del 23,5% de desnivel máximo y más del 18% de media en todo el tramo de unos 250m.
Hasta aquí las piernas, la espalda y los brazos ya dolían, desde aquí,
el dolor deja paso a la pasión, al puro sufrimiento. La bici no avanza, no hay persona
que tenga fuerza para hacer este tramo sentado y si te levantas la rueda
delantera se levanta y la caída se hace palpable, también por el esfuerzo. El
aire a mil metros empieza a faltar y la única posibilidad para avanzar es
haciendo “eses” avanzando literalmente metro a metro. Cuando no podía más, me
levantaba, bajaba dos piñones y pedaleaba como si estuviera subiendo escalones:
un pie primero, otro después. Hice el km casi en 14min. Una locura. En mitad de
la rampa, eterna, a la derecha en un cartel la portada de Marca con “Chaba”
Jiménez y el titular (muy al pelo): “BIENVENIDOS AL INFIERNO”. La cuesta no acababa nunca.
Llegar a la
curva de derechas de final de tramo fue como una victoria. Me salí por fuera en
la curva para recuperar piernas y tomar aire. La carretera “suavizaba” en la
siguiente recta, y entrecomillo el adjetivo porque a estas alturas y pasado lo
pasado, pillar una rampa del 16% te parece incluso apetecible. Había muchísimas
vacas sueltas por la carretera y había que esquivarlas.
A la izquierda
otra curva de herradura que recordaba perfectamente, pues allí fue donde vi la
etapa en 2008. Llegaba el “Aviru” la otra gran pared del Angliru que llegaba al
21,5% y que se hacía eterna. El cansancio y la altitud se notaban. Tuve que
volver a tirar de “eses” para subir la rampa, y casi desfallecí cuando me
aparté para dejar pasar a una moto que subía no sin cierta dificultad. Aún quedaba una rampa más suave que terminaba en una chicane con un desnivel
del 20% que era brutal. A 1500m de altitud y una vez hecha
la gesta el resto fue simplemente disfrutar del paisaje, de las vistas, viendo
Oviedo y la costa Asturiana al fondo y los pueblos del concejo de Riosa a los
pies del monte.
Después de la
última rampa, se llegaba hasta un mirador desde donde la vista era impresionante,
y desde ahí 400m hacia abajo hasta llegar al área de descanso en donde ponen la
línea de meta en La Vuelta. Puff llegar allí fue una pasada. Realmente tampoco
estaba tan agotado, pero sí que notaba que los músculos estaban al límite de
fuerzas. Tomé aire, descansé, disfruté. Eché un par de fotos y después de
creérmelo un poco, empecé a deshacer el camino. Paré en el mirador para echar
fotos y ya desde ahí fui bajando rápido pero con calma y parando para echar
fotos.
El descenso era
impresionante, creo que pocas veces he pasado tanto miedo haciendo deporte. Era
imposible bajar cómodo, hacía frío, iba casi temblando y tenía que frenar la
bici entera antes de las curvas porque eran tan cerradas y con tanto desnivel
que no se podía tomar dejando llevar la bici, había que parar e ir frenando
poco a poco para hacer la curva. En la Cueña las Cabres me encontré subiendo a
un grupillo de gente, sufriendo y desperdigándose por la calzada, iban haciendo
“eses” así que yo tenía que ir evitándoles mientras les daba ánimos. Algunos
echaban ya el pie a tierra ante el desnivel. La siguiente cuesta fue complicada
porque había ganado suelto por la carretera. Seguí bajando y aunque no lo pretendía la
bici en segundos se ponía en 60-70km/h, era increíble. Llegando ya a mitad de
puerto, en la curva abierta de la casa de madera y la acequia, había ganado
suelto y una ternera se cruzó mientras yo iba bastante rápido para coger la
curva, frené lo que pude pero al estar en curva la bici se cruzó y entre
hartarme de hamburguesa o tirarme a la acequia, en el último segundo decidí
tomar la segunda opción y ponerme hasta arriba de barro. Y menos mal que solo
fue eso, porque la voltereta que metí fue de órdago, y gracias que fue en aquel
punto porque si es más arriba me harto de bosque y soy capaz de llegar al
pueblo rodando. Nada, un par de
arañones, me levanté y volví a la bici para terminar el descenso que en su
segunda parte fue mucho más sencillo y cómodo de descender, más seguro pero
también más rápido. Álvaro me
esperaba ya en el coche, se quedó en una de las rampas del 21% y no pudo dar
más de sí y aun así fue todo una gesta.
Y en definitiva
se cumplió. Tardé tres horas reales, descanso arriba, caída, fotos y parada intermedia incluida
y desde el descansillo fueron 1hora y 20min hasta arriba (8,3km) a una media de
casi 10´ el kilómetro y llegando hasta los 1620m de altitud. Fue duro pero sin
duda también fue un orgullo y una experiencia increíble.
Respecto al puerto y a la pregunta "¿todo el mundo puede hacerlo?", en mi opinión, todo el mundo puede subir si cumple con tres requisitos
fundamentales:
a) Una
bici en condiciones. Con dos platos esto no se sube, por muy buena que sea la
bici o muy de carretera que sea. Se necesita un plato muy pequeño, y ningún
piñón está de más.
b) Forma
física. Algo de entrenamiento y mucha técnica con la bici. En los tramos más
duros no se trata tanto de tener fuerza (que también) como de saber manejarte
con la bici, aprovechar las partes más suaves, hacer eses, bajar piñones antes
de una rampa muy dura para hacer metros, etc. Si vas recto no subes ni de coña.
c) Cabeza.
Creo que el factor psicológico es lo más importante: el sufrimiento te lleva a
una situación límite en la cual si no tienes ese punto de superación, de querer
llegar sí o sí, y de amor propio por terminar sin bajarte de la bici,
sencillamente no lo haces. Hay que ser un poco masoca en realidad, saber y
querer sufrir, porque se hace muy, muy duro y piensas muchas veces en bajarte de la bici.
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