sábado, 2 de agosto de 2014

FUERTEVENTURA NORTE

Segunda etapa de mis recorridos por Fuerteventura. Tras llegar hasta el sur el finde anterior, me dispuse a hacer lo mismo con el norte una semana después.
La bici bien puesta a punto y salida temprano desde Puerto del Rosario hasta el pueblo de Tindaya en coche, para iniciar la ruta desde la montaña mágica de Tindaya, la montaña blanca, tan llena de historias y leyendas a lo largo de los años. Esa leyenda, ese misterio se multiplicaba varias veces por la bruma que cubría la cercana cima, y tapaba el recién nacido sol para dar una aspecto sombrío y mágico al lugar. Serían las 8 y media de la mañana y desde ahí inicié mi camino por el GR-131 rumbo al norte, hacia La Oliva.

No tardé mucho, el sendero era bueno. Pude encontrarme con alguna que otra rapaz que descansaba al borde del camino. La Oliva aun estaba desperezándose, recién oliendo a pan nuevo, cuando llegué. No sé como lo hice pero me perdí una y otra vez. Es difícil diferenciar entre La Oliva y Villaverde y no terminaba de encontrar un sendero que caminara por entre el Malpaís de la Arena, que era mi objetivo al salir. Después de casi 40 minutos dando vuelta, pregunté a un vecino que andaba en bicicleta también y me llevó hasta Villaverde por la carretera nacional y luego de meternos en el pueblo, me indicó amablemente como continuar mi camino hasta Lajares. El camino no era el que quería haber cogido pero en mis interminables momentos de pérdida pude recorrer un buen tramo por el Malpaís de la Arena.

Una vez cogí camino no tardé ni 10 minutos en llegar a Lajares. La verdad estaba un poco desesperado por tanto tiempo perdido. Tras llegar a Lajares seguí por el campo de fútbol hasta llegar al sendero que subía a Calderón Hondo: un enorme cráter volcánico que se mantiene majestuoso y vigilante en el norte de la isla. Me atrapó un hombre que venía con un pepino de bici y nos pegamos la subida al volcán a piñón los dos. Fue dura, sobre todo una vez arriba, porque el camino se estrecha y se convierte en una especie de "adoquinado volcánico" (literal) y sentarse en el sillín te dejaba el culo hecho trizas. Así que de pie y despacito... Las vistas del norte eran impresionantes: A la derecha la costa de Majanicho con sus blancas playas, al sur Lajares y de fondo el Malpaís de la Arena, a la izquierda las dunas de Corralejo, y al norte Corralejo en primer término, Lobos a continuación, y al fondo: Lanzarote. Una pasada.

Luego de una rápida bajada entre volcanes, disfrutando del paisaje, viendo las cuevas y los hornos naturales salidos de entre la tierra, y de parar a ayudar a un chico que había pinchado una rueda del coche en mitad de ningún lugar, terminé llegando con mi compañero de viaje hasta Corralejo, donde había quedado a las 11.00 con algunos de mis ya ex-alumnos, en el CEIP Antoñito "el farero". Parada para recuperar fuerzas y ya con los chicos hasta El Cotillo.
Recorrí la costa norte de la isla, desde Corralejo al faro de El Cotillo, pasando por Majanicho en compañia de Luca, Stefania, Giancarlo, Federico y Chiara. Tuvimos que hacer dos paradas obligadas: la primera por pinchazo, la segunda por cerveza. Paramos en un chiringuito, "el perdido", en mitad de la nada, a 5 km de cualquier cosa, en una calita pequeña rodeada de rocas y de la arena más blanca y fina que pueda haber visto jamás. Así es la costa de Majanicho. Incluso con gafas de sol, el reflejo del sol en esta arena tan blanca hace daño en la vista... es como la nieve. Cervecita, buena charla y de regalo una tapita de boquerones fritos recién pescados... que barbaridad! No se puede pedir más.

Luego a la bici y de ahí, tras pasar por el faro, hasta El Cotillo. 21km en poco más de 2 horitas a un ritmo muy de paseo evidentemente. Luego fuimos a la playa de las conchas a tomar unos bocatas y descansar un rato de la bici. Sobre las 16.00 nos despedimos. Fede y Chiara regresaron en bici, el resto de chicos marcharon en guagua. Y yo decidí seguir camino. 

Pasé por el pueblo, precioso, marinero, aunque demasiado turístico ahora. Restaurantes por todos lados, pero el encanto del puertito y el mar salado. Fue bajando desde allí por toda la costa que aquí llaman "norte" aunque más bien sea Oeste, por un sendero local bien marcado y con mejor piso que recorría los sinuosos acantilados que daban al mar o a secretas playas de arena blanca y grandes rocas. 

El camino terminaba en el barranco de Esquinzo casi a la altura ya de Tindaya. Crucé y seguí ya por caminos sin marcar y de más dificultad para pedalear y a veces incluso para mantenerse en pie. El viento que había respetado durante toda la mañana, era ya de cierta fuerza aunque se agradecía, porque la sensación térmica era perfecta, sin calor a pesar de la hora, y además porque soplaba a favor (de momento). 

Ya iba bastante tocadete pero me terminé por animar al contemplar la belleza de la playa de Jarugo. Desde ahí fui recorriendo la costa hasta, finalmente, alcanzar la playa del barranco de Los Molinos.  

El sitio, a nivel de naturaleza era una pasada. Pero me fui con una sensación de decepción por ver aquella cantidad de casas, coches y gente una encima de otra, sin dar respiro ni espacio a la propia naturaleza. Después de un descenso complicado (imaginen la subida por el mismo lugar) y una coca cola en un bar con unas maravillosas vistas pero el cual no volveré a visitar jamás por su servicio, suciedad y por los 2 eurazos que me clavó por la coca cola... decidí retornar a Tindaya.

Eran como unos 10km. Se hicieron eteeeeernos. Que dolor de piernas, de culo, de brazos,... pero sobre todo que rollazo el viento. Avanzar era imposible. Encima el camino se volvió muy arenoso y cada 2 o 3km me tenía que parar a descansar porque era durísimo. Llegué por fin a Tindaya (no sé ni cómo) y allí me hinqué un bocadillo de pollo con una coca cola en un bar de allí, que me repusieron de fuerzas y ánimos. 

Y nada,.. completé mi idea de recorrer la isla en bicicleta. Ya tengo Lanzarote a pie, Gran Canaria en coche y Fuerteventura en bici... a ver que hago con las otras cuatro! jejeje...

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